La verdadera libertad es la que da Dios

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La verdadera libertad es la que da Dios

No pueden agradar a Dios los que viven según la carne, porque las cosas carnales no agradan a Dios. Hablaremos sobre «La verdadera libertad es la que da Dios».

Enamorándose de la mujer ajena, o siendo casado y enamorando a otra joven, personas así no pueden agradar a Dios «Porque si vivís conforme a la carne, moriréis».

Jesucristo vino a libertar los cautivos del pecado, él nos sacó de la cárcel de Satanás, vino a liberarnos y nos abrió la cárcel.

A nosotros Satanás no fue que nos abrió la puerta, el Señor le quitó las llaves, nos abrió y salimos; el salmista dice «Se rompió el lazo y escapamos nosotros».

Estábamos presos de por vida, pero el Señor le arrebató las llaves del infierno y de la muerte al diablo, abrió y escapamos.

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Estamos hablando sobre la verdadera libertad es la que da Dios.

Entonces él vino a predicar libertad a los cautivos y a los presos apertura de la cárcel, ahora podemos gritar con orgullo que somos libres.

El que es libre, quiere que los demás también sean libres como él, por eso queremos que todos sean libres.

La iglesia es la novia del cordero y él no quiere que nadie se la toque. Hay de esos que viven hablando mal de la iglesia.

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Yo pregunto: ¿A quién le gusta que le anden difamando a la novia?

Esa gente que vive hablando mal de la iglesia, de los pastores, diciéndole a los otros hermanos que no diezmen, que no ofrenden y llevándole la contraria a la iglesia, ellos tendrán que responderle al Señor porque se están metiendo es con la novia de él.

El Señor tiene hombres y mujeres en su iglesia que estamos voluntariamente, él es el único que tiene esclavos libres, que compra los esclavos y les da libertad.

A nosotros nos ha ido bien en la casa de Dios, por eso la Biblia dice «Venid a mí todos los que estáis trabajados y cansados, y yo os haré descansar». Somos esclavos libres, libertados del pecado y de la muerte.

Cuando los muertos flotaban por montones en las aguas del diluvio, Noé y su familia gozaban de libertad, dándole gracias a Dios dentro de los límites de su rustica embarcación.

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Los muertos en el agua flotaban a montones, pero en ese recinto Noé era libre, alababa a Dios porque dentro de esa embarcación había seguridad y salvación.

Cuando la sangre corría por las calles de Jericó, que llegaba hasta los frenos de los caballos, Rahab con su familia alababan a Dios y se gozaban dentro de las paredes de su casa porque estaban salvos, libres del desastre que alrededor ocurría.

Así mismo es el evangelio, hay libertad en la casa de Dios, pero afuera lo que le espera al pecador es la muerte.

Somos libres y esa libertad que recibimos la pregonamos y la predicamos.

La verdadera libertad es la que da Dios, porque hay libertades muy peligrosas, hay cosas que parecen libertad pero son muy peligrosas.

Más el Señor nos compró, nos sacó de la cárcel, de la esclavitud, nos dejó verdaderamente libres para que decidamos en la vida.

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Esa libertad es la verdadera libertad, como dice la palabra de Dios «Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros».

La libertad no es para andar en los apetitos de la carne, según la libertad que el mundo proclama.

Hay gente que se van de la iglesia y estando en otras denominaciones dicen: «Ahora si soy libre», porque creen que ser libres es hacer lo que quieran.

¡Pues no!, la libertad que el Señor nos ha dado, es que somo libres del pecado, de la carne, del mal y del mundo. Es condicional, porque la libertad sin condición es peligrosa.

La libertad sin límite es libertinaje, mundanalidad, perversión, es pecado y de ese pecado fue que Dios nos llamó.

Llegar a una iglesia religiosa para seguir siendo lo mismo que antes, entonces ¿Para qué?

Si yo llegué al evangelio para seguir hablando groserías lo mismo que antes, para seguir fumando y bebiendo, para vestir mundanamente, entonces ¿Para qué me entregué a Jesucristo?.

Nosotros llegamos al Señor para que él cambiara nuestra vida y no la cambió de afuera para adentro, sino que la cambió de adentro hacia afuera; él primero limpia el vaso por dentro, porque Dios obra en lo profundo del corazón.

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Cuando una visita vaya a la iglesia, no le digas ¿Por qué vienes con aretes o con pantalón? déjela que venga como quiera, que el Señor va haciendo la obra en ella y ni usted mismo se dará cuenta cuando Dios la transforme, no te conviertas en estorbo para las personas.

Cuando Dios nos llamó, nos llamó como estábamos: Siendo groseros, fornicarios, borrachos, perdidos en el pecado.

A nosotros no nos cambió la religión, ni el predicador, nos cambió el mismo Jesucristo.

Te invitamos que saques un poco de tu tiempo y veas el siguiente vídeo, sabemos que será de mucha bendición para tu vida.

Pastor: Clodomiro Lobo

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