Nuestra historia no la podemos dejar perder

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Nuestra historia no la podemos dejar perder

Hablar de historia es irse al pasado y traer a colación lo que ha sucedido, es recordar algunas cosas que hemos conocido porque hubo alguien que no las contó. Hablaremos sobre «Nuestra historia no la podemos dejar perder».

Hubo alguien que fue testigo presencial y que en su momento se volvió ese heraldo para escribirla a unos receptores, y los receptores reproducirla hasta llegar a nuestros tiempos.

El pueblo hebreo está lleno de historias, por ejemplo, Noé, cuando la Biblia menciona a Noé, aparece a la edad de quinientos años.

La Biblia solo registra su nacimiento, lo que significa su nombre, y muestra las características de él.

Dice que fue diferente a todos los de su generación, pero lo muestra a la edad de quinientos años.

No se sabe de su juventud, no se conoce su infancia, solo se sabe que era diferente, que era apartado del mal, que era santo y que era perfecto.

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Nuestra historia no la podemos dejar perder.

Aunque la Biblia no registra los hechos de la vida de Noé, sin embargo coloca en alto relieve lo que él fue, y lo que le ayudó a marcar la diferencia en su tiempo.

Pero al estudiar su historia, al estudiar su prole, sus antecesores, nos encontramos con una línea de hombres que fueron importantes en la vida de él, para que fuese diferente.

Nos encontramos con su bisabuelo que se llamó Matusalén, el hombre que más año ha vivido en el mundo, dice el libro de Génesis, que caminó con Dios y agradó a Dios.

¿Quién le enseñó a Matusalén que había un Dios?, ¿que había que adorarle y amarle?, alguien tuvo que informarle.

Matusalén le transmitió la historia a su hijo Enoc, Enoc fue el hombre que Dios traspuso para no ver muerte.

Pero antes de ser traspuesto, dice la Biblia que Enoc caminó con Dios y le agradó.

Esas dos palabras «caminó y le agradó» quiere decir que le sirvió, que le amó, que le honró, que le obedeció, que le rindió culto, que le rindió adoración.

Porque hubo un papá que le enseñó cómo se debía caminar con Dios.

Pero Enoc le trasmitió la historia a su hijo Lamec, aunque la Biblia no lo describe, aparentemente se dice de Lamec fue un hombre piadoso.

Pero claro, él lo aprendió de su papá Enoc, y lo aprendió de su abuelo Matusalén.

Es aquí lo importante que los padres, que los abuelos nos den la palabra, nos cuenten la historia.

Nos enseñen acerca del Dios nuestro para seguirlo amando, para seguirle sirviendo, y para seguirle dando todo lo que él se merece.

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Hasta que llega a Noé, y Noé tuvo tres hijos, Sem, Cam y Jafet, y dice la Biblia que de ellos tres se pobló toda la tierra.

Porque cuando hay una familia que se interesa por honrar a Dios, y se apersona de transmitir el conocimiento a los hijos, a los nietos, a los bisnietos.

Dios siempre tendrá los ojos puestos en esa familia, y no faltará ningún tiempo alguien, todo lo contrario, siempre habrá una persona que seguirá contando los hechos y los sucesos.

Cuando el apóstol Pablo le escribe a Timoteo, le dice “Porque desde tu niñez has sabido las sagradas escrituras”.

Pero Pablo se va a los receptores, a los que le enseñaron a Timoteo de una fe no fingida, la cual habitó primero en su abuela y en su madre.

Y nos imaginamos que él también, si tuvo hijos, tuvo que decirles “Mi abuelita, una anciana, me enseñó las Sagradas Escrituras, me mostró el camino de la salvación”.

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Nosotros los jóvenes debemos preocuparnos por conocer la historia, cómo se hicieron los primeros cristianos, como se vivió la vida cristiana de la época.

Hoy se vive una vida cristiana muy trivial, muy secular, pero si nosotros indagáramos como se consagraba la gente antes, eso nos servirá.

Ahora la gente sirve de cualquier manera, antes en el altar no se subía cualquiera, a Dios no se le servía de cualquier forma.

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Cuando se era nuevo en la iglesia, lo primero que nos hablaban era de la necesidad de bautizarse y de recibir el Espíritu Santo.

Esa historia no puede terminarse, esa historia se tiene que seguir anunciando.

Cuando nos bautizaban la primera lección que nos daban era.

“Hay que ir a predicar, hay que ir a evangelizar, hay que ir a traer a otros”.

Estamos hablando en sobre «Nuestra historia no la podemos dejar perder».

Esa historia no termina todavía, esa es la historia que la iglesia desde el pentecostés, desde el conglomerado del pentecostés hasta este siglo le ha dado resultado.

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Los presidentes de jóvenes de antes nos enseñaban cómo ayunar, como orar, como vigilar, sacaban tiempo para enseñar la Biblia.

Ahora lo quieren cambiar por pijamadas, eso no se puede acabar.

Nos enseñaban que Dios llamaba para servir, que Dios llamaba y buscaba jóvenes que se colocaran en sus manos.

Antes se llegaba preparado al culto, ahora la gente la llaman a cantar un coro y llega al culto y no saben qué cantar porque no se llega con la disposición de servir a Dios.

Un historia que no termina, los ancianos nos enseñaron así, el Señor dijo:

“De lo que sabemos, hablamos, y de lo que hemos visto, testificamos” así nos formaron.

Antes nos preparábamos, si nos llamaban a un culto de barrio a predicar nunca nos encontraban fuera de lugar.

Porque ahora se le dice a la gente “Te toca predicar” y enseguida dicen “Nooo, me agarraste fuera de base”.

A nosotros nos enseñaron que antes de acostarnos leemos la Biblia.

Que antes de acostarnos nos arrodillamos y le clamamos a él y le damos gracias por el día, antes de levantarnos nos enseñaron a buscar a Dios de mañana.

Eso no lo podemos perder, esa es nuestra historia, una historia que no termina.

Si deseas conocer más sobre este tema, no dejes de ve la siguiente enseñanza, que será de mucha ayuda para tu vida espiritual.

Pastor: Pablo Camargo

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