Oye Israel

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Oye Israel

«Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas». Deuteronomio 6:4.

Parece ser que para el Señor era importante que el pueblo de Israel entendiera cuán vital era aprender de Dios y conocerle, teniendo en cuenta que siempre fue un pueblo rebelde.

Muchas veces cambiaron a Dios por cualquier cosa, sin embargo, Dios estaba interesado en que este pueblo conociera su nombre, conociera que en ellos había un Dios que no lo había en ninguna parte.

También que el creador del universo era exclusivamente para ellos.

Todos los lugares que estaban alrededor de Israel tenían muchos dioses, eran politeístas, adoraban al sol, la luna, las estrellas, el universo, el agua, todo lo que se movía, hasta los árboles, incluso si caía lluvia la adoraban.

Pero ellos no sabían que había alguien superior a la lluvia, al sol, al viento, superior a todo el planeta, la galaxia y era más importante porque era su creador.

Nosotros también a lo largo y ancho de la historia hemos entendido que no hay más, que hay uno solo y a su nombre sea toda la gloria y alabanza por los siglos de los siglos.

El Señor usaba una forma muy bonita para enseñarle a la gente, cuando los niños estaban allí como tratando de entender las cosas, les enseñaba: “Oye Israel, Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”.

Entonces ese pequeño entendía que esas palabras tenían que estar en el corazón, en su mente y cerca de él.

Quiere decir que esta palabra es más dulce que la miel y es una palabra que no empalaga, que cuando yo puedo comerla o saborearla, me quedan ganas de seguir pidiendo.

Todo porque esta palabra es más dulce que la miel, porque proviene del cielo para los que aman su venida.

Esta palabra es la que nos da vida, por eso el salmista David cuando hablaba de su palabra entendía que era más dulce que la miel.

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Pero esta palabra no es para todos, porque esta palabra se ha predicado en muchas partes y hay gente que todavía no la ha entendido.

Según cuenta la educación cristiana, en Israel cuando una persona iba a entrar a la casa de alguien.

En la puerta había un hueco y se metía unos pergaminos y la persona no podía entrar de cualquier manera.

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Para poder entrar, primero tenía que sacar ese pergamino y recitarla delante del dueño porque si no, no podía entrar.

Y tenía que decir:

“Oye Israel, Jehová nuestro Dios, Jehová uno es”.

El que se levantaba tenía que decir esto y si se iba a dormir tenía que volverlo a decir, si tenía que ir a comer fuese desayuno, almuerzo o cena.

Tenía que invocar ese nombre y decir que Dios es uno y uno su nombre.

Si iba a salir tenía que decirlo, porque Dios quería que en todas partes lo tuvieran a él, en la casa, en los dinteles y en los postes.

No quería que estas palabras estuviesen guardas sino en toda boca.

Él quería hacerle entender al pueblo de Israel que el todo poderoso estaba con ellos y que él era el primero en cualquier cosa.

Siempre tenía el primer lugar e iba a ser el número uno en su corazón.

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Qué bueno que eso ha trascendido, porque hay un pueblo que entiende que en primer lugar debe estar su creador.

Que por encima de todas las cosas está el rey de reyes y el Señor de los señores.

A él sea toda la gloria y la honra por los siglos de los siglos.

Pero el pueblo de Israel tenía que entender que ese Dios no iba a cambiar, que era inmutable.

El día que nos convertimos al Señor, nuestra vida tuvo que haber cambiado, si su vida no ha cambiado mire a ver qué pasó.

Cuando el Señor toca la vida de una persona algo tiene que suceder, no se puede ser el mismo.

Uno canta porque entiende que hay alguien a quien se le canta y a quien se le adora.

Pero a veces hay que empujar a los hermanos, parecen carros viejos, parece que Cristo nunca hubiese entrado a ese corazón, no ha tocado su vida y mente.

“Oye Israel, Jehová nuestro Dios, Jehová uno es y amarás al Señor tu Dios con tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”.

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Nada se puede quedar en ese amor, si tú lo amas, lo amas de verdad, sino, te estas metiendo en un problema.

Te estás convirtiendo en un carro viejo que lo tienen que empujar para todo.

Cuando nosotros realmente conocemos a Dios, nadie tiene que decirnos que le adoremos, que vayamos al culto o que lo exaltemos.

Porque cuando uno verdaderamente ama a su creador, uno sabe que él merece todo.

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Hay gente muerta y los muertos no pueden alabar a Dios, los que estamos vivos, los que verdaderamente conocemos al creador.

Sabemos que tiene que haber un momento de alabanza genuina, de adoración.

Donde él se manifiesta en medio de la gente que está viva.

Cuando a uno se le mete Dios en el corazón es como un fuego que arde en los huesos, es tan fuerte que no se puede contener el llanto y decir:

¡Santo, Santo es el Señor, toda la tierra está llena de su gloria!”.

Por: Elías Mejía

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