Déjate sacudir

3527

Déjate sacudir

Cuando era niño, una de las cosas que más me gustaba hacer era comer mango. Pero habían árboles que tenían sus mejores frutos en lugares inalcanzables y la única forma de poder obtenerlos era sacudiendo el árbol con mucha fuerza hasta que los mejores frutos caían y ahí ya nos lo podíamos comer. La invitación de hoy es «déjate sacudir».

Hoy estoy seguro que todos aquellos que nos hemos entregado a Jesús tenemos hermosos frutos (acciones de justicia y verdad) que dar para el beneficio de la obra del Señor.

Como dice la palabra «En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos». Juan 15:8.

También te puede interesar: El mejor préstamo

Pero necesitamos ser sacudidos por medio de retos (prédica, evangelismo, alabanza, etc).

Para que esos frutos que hay en nuestra vida puedan ser degustados por aquellos que nos rodean.

SUSCRÍBETE

Únete a más de 5.000 personas que ya reciben contenidos exclusivos.
Sólo ingresa tu correo electrónico en el campo de abajo y espera el correo de confirmación.

[wysija_form id=»1″]

Una característica humana es que nos asustamos al ser puestos en cargos o acciones que son retos «imposibles» para nosotros.

Vea también: Problemática de la vida ¿Tendrá solución?

Pero no importa lo imposible que parezca el reto que Dios nos ponga, lo que importa es saber que cuando asumimos el reto tenemos todo el respaldo de Dios y Dios no nos dejará avergonzados.

Permitamos ser puestos al servicio de Dios, demos de los frutos que hay en nosotros y estoy seguro que te sorprenderás de lo que Jesús puede llegar a hacer con tu vida.

Síguenos en Facebook Generación Pentecostal

«No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé». Juan 15:16.

Suscríbete a nuestro Canal de Youtube

Por: Eduardo Cuadros

Artículo anteriorLos gastos pequeños dañan la economía del hogar
Artículo siguienteLa humildad de Jesucristo