Reconociendo a Jesús como el único salvador

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Reconociendo a Jesús

Simón el fariseo, el cual era un hombre rico, adinerado y estudiado, no reconocía a Jesús, él lo invitó a su casa a comer a la mesa. Hoy desarrollaremos el tema: «Reconociendo a Jesús».

Pero no lo hizo con la intención de honrarlo, lo hizo para que Jesús viera lo fino que era.

Pero Jesús no fue por la comida de Simón, él fue por otra comida.

Simón, tenía su casa bien adornada, perfumada con aroma agradable, en su mesa había especialidades pero a Jesús no le llamó la atención.

Las riquezas del mundo para él no tienen sentido, somos iguales ricos o pobres, negros o blancos, estudiados o iletrados, Dios mira es el corazón.

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Estamos en una sociedad que señala y hace la diferencia.

Estando Jesús en la mesa, entró una mujer detrás de él, ella era pecadora y esta se tiró a los pies de Jesús trayendo un frasco de alabastro con perfumes.

Es costumbre que en una casa judía cuando el visitante llega le laven sus pies, se los sequen, lo unjan con aceite y le den un beso.

Simón, no lavó los pies de Jesús y tampoco le dio beso.

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Entonces esta mujer que se tiró a los pies de Jesús, reconoció que no era cualquier judío, admitió que era el salvador del mundo, el verdadero Dios y la vida eterna.

Cuando entres en la presencia de Dios reconócelo y comenzarás a vivir experiencias únicas en él.

Simón no le reconoció pero esta mujer pecadora se tiró a los pies de Jesús y lo reconoció.

Cuando ella hace este acto sintió algo porque sus lágrimas comenzaron a correr por sus mejillas, algo poderoso había sacudido su ser, las fibras su corazón.

Y cuando ella está llorando ahí a los pies de Jesús, ella pensó “Estas lágrimas son muy inmundas para que toquen a un hombre tan santo”.

Entonces ella con su cabellera comenzó a secar los pies de Jesús y los vio tan hermosos que no se pudo detener y comenzó a besarlos.

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“Cuan hermosos son los pies de los que anuncian las buenas nuevas de salvación”.

Simón no le reconoció, pero esta mujer si lo hizo, lo que él no hizo ella sí y el Señor no se lo pidió.

Entonces Simón pensaba “si este supiera la clase de mujer que lo está tocando”.

Pero las cosas cambian, primero Simón está con Jesús y la mujer está detrás de él.

Luego pone su rostro tierra a los pies del Señor en señal de postración, humillación y reconocimiento al que está allí y trae un frasco con perfume.

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Entonces Jesús es atraído por la mujer pecadora y le da espalda a Simón el fariseo, dándole el frente a la mujer.

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No importa que religioso sea el hombre, que tan estudiado sea, si no reconoce y adora Jesucristo él le da la espalda.

Se tornará y dará el frente al pecador que le reconoce y le adora en espíritu y en verdad.

El que tiene pies también tiene manos y nosotros hemos reconocido que a los pies de Jesús hay salvación.

El nivel al que llegó esta mujer, de reconocer a Jesús y poder besar sus pies.

Enjugarlo con sus lágrimas, secarlo con sus cabellos y ungirlo con perfumes es un reconocimiento delante de Jesús.

Es la historia de todos nosotros porque a la iglesia llegamos pecadores llenos de inmundicia.

Pero hemos reconocido que a los pies de Cristo hemos encontrado salvación para nuestras almas.

Él nos ha cambiado, Jesucristo ha transformado y si en sus pies hemos encontrado salvación, descanso para nuestras almas.

En sus manos hemos encontrado milagros, bendiciones, sanidades porque en él hay milagros para ti.

Hay promesas para los que hemos reconocido a Dios pero para que esto suceda debemos reconocerlo a él y colocarnos en sus manos.

Cuando uno se tira a los pies de Jesús hasta reconocerlo y pega su rostro al piso, en humillación reconociendo, uno siente algo agradable delante de Dios.

Por eso reconócelo y póstrate a los pies del maestro.

Por: Arnulfo Sierra

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