Clama a mí y yo te responderé

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Clama a mí y yo te responderé

En nuestro diario vivir nos suele pasar que perdemos el tiempo haciendo algunas diligencias. Hablaremos sobre el tema: «Clama a mí y yo te responderé».

Como cuando realizamos filas en un banco, esperamos ahí mucho tiempo y cuando logramos llegar al lugar que queremos y terminamos de hacer la fila, entonces nos damos cuenta que estábamos en el lugar equivocado.

Pero esto nos pasa por no haber acudido a la persona correcta y no haber sido precavidos y llamar con anticipación para poder hablar con la persona adecuada y que nos oriente respecto a lo que queremos hacer.

De igual manera pasa con el Señor, hay muchas personas que lamentablemente han perdido toda su vida el tiempo, y si no son precavidos no solo seguirán perdiendo el tiempo, sino también su alma.

Esto les pasa porque han estado toda su vida llamando a los seres equivocados, como vírgenes y santos.

Creyendo que darán solución a sus problemas y adversidades, y tenemos claro que eso no pasará.

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El Señor nos dice en su palabra: “No haréis para vosotros ídolos, ni escultura, ni os levantaréis estatua, ni pondréis en vuestra tierra piedra pintada para inclinaros a ella; porque yo soy Jehová vuestro Dios” Levítico 26:1.

Vemos en este texto de la palabra de Dios, que el Señor nos recalca que él es nuestro Dios y esto nos da claridad en que es a él a quien debemos llamar.

Cuando nosotros aprendemos y tenemos claro a quién es que debemos llamar, nuestra vida inmediatamente es transformada y hay bendición en todos los aspectos.

En la palabra de Dios encontramos también la historia de un hombre llamado Bartimeo el cual era ciego.

Este hombre siempre mantenía sentado pidiendo limosna y seguramente escuchaba muchas voces a su alrededor en el trascurrir del día.

Pero ocurrió que estando sentando en el mismo lugar de siempre, este hombre escuchó que el Señor Jesús Nazareno pasaba por ahí.

Y tenía claro que aquel Jesús era el mismo que había resucitado a Lázaro, al hijo de la viuda de Naín.

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Había sanado a unos leprosos, al instante tuvo claro quién era el único que podría hacer un milagro en su vida.

Bartimeo, reconoció que era Jesucristo y no era otro que el mismo Dios manifestado en carne, el mismo Dios que está con nosotros en nuestro día a día.

Bartimeo, aunque era ciego recordaba bien quién era Elías, los profetas y Jeremías, pero en su momento de necesidad.

Aunque recordara a toda esa cantidad de patriarcas, Bartimeo no llamaba a Abraham, a Moisés y tampoco a Jacob, el daba gritos y decía:

“¡Jesús, Hijo de David, ¡ten misericordia de mí!” Lucas 18:38.

Bartimeo al realizar eso, tenía pensado que Jesús inmediatamente se iba a detener y lo sanaría enseguida, pero no ocurrió de esa manera.

Bartimeo seguía dando gritos y Jesús a la vez seguía caminando, y los que estaban al lado de aquel hombre le pedían que dejara de gritar y que no molestara más al Señor, pero él levantaba más la voz.

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Muchas veces pasa esto dentro de la iglesia, hay personas que llegan necesitadas y sedientas de Dios buscando solución a todos sus problemas o tal vez buscando ser sanos, pero el enemigo no quiere que recibas la bendición, él quiere detenerte y callar tu voz.

Pero no es momento de callar, es momento de elevar nuestra súplica al Señor y tener la fe y convicción de la obra maravillosa que él realizará en nuestras vidas; levanta tu voz y llama al que tienes que llamar, a Jesús.

Digámosle también a nuestro Señor, ¡Jesús, hijo de David ten misericordia de nuestras vidas!

Él es el único que tiene misericordia de nosotros, más nadie pueda dar solución a nuestros problemas.

Jesús es el único que tiene la potestad para sanar, perdonar, renovar y salvar a todo aquel que le clama y pide de corazón.

Podemos ver aquí la importancia de saber invocar el nombre de Jesús, él nos dice a través de su palabra: “Clama a mí, y yo te responderé” Jeremías 33:3.

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Clama a mí y yo te responderé.

Está en nosotros el reconocer a Jesús como el único nombre sobre todo nombre y aprender a llamarle.

No perdamos más nuestro tiempo llamando al padre, hijo o Espíritu Santo, porque los demonios y las enfermedades no salen invocando estos nombres.

Ellos se van invocando al único nombre que tiene poder, el nombre de Jesús.

Los problemas insolubles se solucionan solo en el nombre Jesús y de esta misma manera se recibe el perdón de nuestros pecados, somos bautizados y se recibe el don del Espíritu Santo.

Así no los muestra la palabra de Dios, cuando el Señor nos dijo: “Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” Hechos 2:38.

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Tomemos decisiones en nuestras vidas y a partir de ahora y por el resto de nuestras vidas llamemos solo a Jesús.

No nos detengamos solo porque el enemigo nos esté poniendo tropiezos y dificultades.

Es ese el momento en el cual debes elevar aún más tu voz y clamar al único que te puede llamar y dar solución a todos los problemas.

Verás que el Señor Jesús te está escuchando y empezará a dar respuestas y bendiciones en abundancia llegarán a tu vida.

No hay que tener miedo porque lo que está prometido es para los que se atreven y quieren la bendición del Señor.

Sintámonos orgullos del Dios que tenemos y gritemos con libertad su nombre: ¡Jesús!

Por: Harvey Bermúdez

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