La verdadera humildad
La humildad es un valor que normalmente practica un cristiano, ya que, el cristiano siempre busca vivir la verdadera humildad.
La vida cristiana es práctica, no es una religión, puesto que Cristo no es una religión, Cristo es poder, y poder que da salvación.
Las religiones solo prohíben limitando el actuar y el vivir de las personas.
Pero Jesucristo da vida, da paz, da felicidad, renueva al ser humano y sus hogares.
A estos hogares les da armonía, les da la humildad que necesitan, ayuda a que tanto padres como hijos estén en comunión.
Es por eso que la humildad se practica en la vida cristiana y nos permite la buena manera de actuar con las demás personas.
Esta es muy importante para crecer en la vida cristiana, porque también debemos reconocer que somos polvo, y que algún día a ese estado volveremos.
Nuestro corazón de no debe estar lleno de soberbia, ni arrogancia, ni mucho menos altivez.
Porque Dios al altivo lo mira de lejos, pero a los humildes los hace sentar con los príncipes.
Junto con los príncipes que reinan en su pueblo hace sentar Dios a aquel que practica la humildad en su vida.
Porque todo aquel que quiere que Jesús sea su Dios y que este lo reconozca como hijo y siervo, debe tener humildad en su corazón.
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En Dios no tenemos entrada alguna si la humildad no mora en nuestro corazón y en nuestra mente, como uno de los requisitos necesarios para que Dios nos reconozca como hijos.
Pero que es la humildad, esta palabra denota simpleza, sencillez, no es sinónimo de pobreza, ni vivir en condiciones precarias, la humildad va mucho más allá de eso.
Cuando hablamos de una persona humilde, notamos en ella; discreción, obediencia, respeto, empatía, tolerancia, consideración.
En una persona humilde no hay soberbia, no burlas, no hay orgullo, es por eso, que estamos en esta iglesia, la cual es la fábrica de personas humildes.
Estamos en la fábrica de santos, y no se hace referencia a figuras de barro, metal o yeso, figuras que no pueden moverse por sí solas.
Muñecos que no ven, ni hablan, ni sienten, ni oyen las plegarias de las personas que tan devotamente le buscan.
Estamos en el lugar donde somos santos y apartados para Dios, y predestinados para un propósito santo a su servicio.
Y estamos en esta fábrica, ya que no siempre fuimos humildes, como el barro, así hemos sufrido una transformación.
Hemos sufrido un cambio, donde Dios nos ha destruido, nos ha hecho nuevamente polvo, pero desde ese mismo polvo ha hecho un nuevo ser.
Con cualidades distintas, con características más allegadas a su imagen, nos ha hecho con un corazón semejante al suyo, nos ha llenado de humildad y sencillez.
No somos perfectos, pero estamos en el camino de la perfección, y todo aquel que ande en este camino, por insensato que sea o torpe que sea, jamás se extraviará.
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Cuando Jesús estuvo en esta tierra manifestado como hombre pudo conocer muchas de estas religiones, y muchos de estos hombres que actuaban sin ninguna gota de humildad.
Como ejemplo de esto, tenemos la parábola del fariseo y el publicano, la cual nos muestra estos dos polos opuestos.
Estamos desarrollando el tema: «La verdadera humildad».
“Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera:
Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros.
Ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano”. Lucas 18:10-12.
En este corto pasaje vemos como el fariseo lleno de soberbia y mucho ego, habla de sí mismo alabándose en público, incluso menoscabando al hombre publicano.
Pero por otro lado, podemos notar como el publicano en su interior reconoce que es un hombre pecador, y que necesita del favor de Dios para ser perdonado.
“Más el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador”. Lucas 18:13.
Podemos ver como este hombre da una muestra de una gran humildad, porque a pesar de escuchar como el fariseo lo discrimina y en cierto modo también lo humilla.
Este no hace más que reconocer que ante Dios no es más que un pecador, pidiéndole a Dios que sea propicio a su actuar como hombre de pecado.
La forma como este hombre publicano se expresaba, hace entender que en realidad si reconocía que necesitaba a Dios en su corazón.
Y con ello, podemos entender que sin Dios no somos más que podrida llaga, así no como lo expresa el profeta Isaías en uno de sus escritos.
Cuando la palabra dice, que este hombre golpeaba su pecho, hace referencia a que era su corazón el que le dolía, por haber nacido en condición de pecador.
Pero sabía que en Dios había y aún existe la oportunidad de ser redimidos, de ser aceptados por Dios y contamos con la gracia de ser transformados por él.
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La verdadera humildad.
No hay mayor ejemplo de humildad que el reconocer que Dios es todo en nuestras vidas, y que sin él nada somos y nada podemos hacer.
Que él es nuestro creador y hacedor, nuestro sustentador, nuestro pronto auxilio en nuestras tribulaciones y dificultades.
No hay humildad cuando queremos sobre salir en todas las cosas que hacemos, cuando queremos aparentar cosas que no somos, solo para que la gente nos mire.
No hay humildad cuando queremos hacernos notar más que los demás cuando tenemos un talento, cuando nos llaman a servir en una tarea.
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La humildad aparece cuando hacemos las cosas como el publicado.
Que allá a lo lejos, en lo secreto buscó a Dios y se humilló hasta lo sumo, siempre exaltando a Dios.
La humildad está hecha para los hijos de Dios, para lo que le buscan a él, para los que por su misericordia son llamados.
Solo para estos es el Espíritu Santo, este es el que nos lleva a toda verdad y nos enseña la mejor manera para agradar a Dios y nos llena de sus frutos.
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Más por otro lado, los que no son de Dios andan conforme a las obras de la carne, conforme a sus concupiscencias y deseos.
“Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia.
Idolatrías, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas.
Acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios”. Gálatas 5:19-21.
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Pero las obras del Espíritu, nos llenan de alegría, de paz y amor, pero sobre todo nos acercan cada día más a Dios.
“Más el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”. Gálatas 5:22-23.
De esta manera, siempre debemos procurar que nuestros corazones estén llenos de mucha humildad, y que permitamos que siempre sea Dios dirigiendo nuestras vidas.
Y solo así podemos ser mejores servidores de Dios y alcanzaremos mayores favores de parte de él.
«La verdadera humildad»
Por: Andrith Calderón