Qué hacemos para ver la gloria de Dios

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Qué hacemos para ver la gloria de Dios

La gloria de Dios no proviene de la tierra, su palabra dice, que viene de las alturas, es decir, que no viene de hombres, viene de él. Hablaremos sobre el tema: «Qué hacemos para ver la gloria de Dios».

Porque es él quien habita en las alturas; como también dice, que él habita en la santidad.

Si hemos de buscar la gloria de Dios y queremos que el Señor deje resplandecer su gloria sobre nosotros tenemos que buscarla donde está y está donde él habita.

No se puede encontrar en otro lugar. Si él habita en la santidad, allí es donde debemos buscar.

Pero si Dios habita en las alturas, ¿Cómo hacemos para encontrarla? Dice la Biblia, que el bajó para hacernos subir, para mostrarnos su gloria de allá arriba.

Aunque estemos en esta tierra y Jesús habite en nuestros corazones, espiritualmente estamos en alturas para poder ver y sentir su gloria.

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También hemos leído que él habita en medio de las alabanzas, lo que nos lleva a pensar, que nuestras alabanzas son lugar para un Dios santo, no es para cualquier ser, es para él.

Los ángeles en el cielo día y noche le cantan ¡santo, santo, santo, santo, santo! Sin cansarse, una y otra vez sin parar.

Y no por repetición, es por que saben y sienten que es verdad, que entre más lo ven, más santo es.

Sabiendo que nuestro Señor que es santo, habita en las alabanzas, estas alabanzas deben tener correlación con la santidad de Dios.

No es cantar por cantar, es saber que lo que estoy proclamando con mis labios es real, que incluso esas palabras quedarían escasas ante todo lo que realmente es el Señor.

Cuando empecemos a identificar donde está Dios, empezaremos a encontrar la realidad de donde está esa gloria eterna que queremos que nos cubra.

Considerando la grandeza, santidad y poder de Dios, tendríamos que decir, que es imposible para nosotros como humanos poder alcanzarlo, somos demasiado pequeños, invisibles delante la gloria de Dios.

¿Cómo hacemos para merecer semejante privilegio en nuestra condición de hombre? ¿Si somos pecadores, si estamos alejados de su grandeza? Somos como agua y aceite, no se pueden mezclar.

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Entonces es ahí donde debemos buscar esa estrategia, eso que nos lleve a ser un poco más compatibles con nuestro Señor.

Luego de tantos estudios, científicos al fin pudieron comprobar un aceite soluble, un aceite que se pueda mezclar con el agua, cosa que hace un tiempo no se podía.

Ahora bien ¿Qué hacemos para ver la gloria de Dios? Porque es que la gloria de Dios y la naturaleza del hombre no son compatibles, no se pueden mezclar.

Lo espiritual va con lo espiritual y lo terrenal con lo terrenal, ¿Qué hacemos entonces?

Esa fórmula nos las dejó el Señor cuando nos dice, que a estos se les reveló no para sí mismos, sino para nosotros, para ti y para mí.

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Para administrar las cosas que ahora son anunciadas por los que han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado del cielo, cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles, por tanto:

«Ceñir los lomos de nuestro entendimiento, seamos sobrios, y esperemos por completo en la gracia que se nos dará cuando Jesucristo sea manifestado.

Como hijos obedientes no nos conformemos a los deseos que antes se tenían estando en la ignorancia, sino, siendo como aquel que nos llamó es santo, seamos santos nosotros también en nuestra manera de vivir, porque como escrito está: Seamos santos, porque Él es Santo»

Entonces siendo santos por medio de esa santificación que él hace en nosotros, esa barrera que no nos permitía pasar.

Ahora la podemos traspasar y entrar a su gloria, acceder a su presencia.

El hombre que es carne puede acceder a los designios de Dios. Ahora tenemos una compatibilidad, que no es por la carne, es por la santidad.

A menudo en nuestros servicio, oraciones le pedimos al Señor que nos muestre su gloria, que su poder se deje ver y sentir.

Pero el problema no es que nuestro Dios sea egoísta y no quiera mostrarse, es que la gloria de Dios siempre está ahí, no se va, porque él lo llena todo.

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El problema es que si tapamos nuestros ojos y le decimos; ¡Señor, muéstranos tu gloria! no podemos verlo por más que su gloria esté ahí presta en todo momento.

El Señor siempre tiene su mano extendida hacia nosotros, siempre hay misericordias.

Siempre nos alumbra con el resplandor de su gloria e incluso no es necesario pedirle tanto porque ahí está siempre su gloria.

Dios nunca se alejó de David, al contrario, David lleno de pecado se alejó y se escondió del Señor y dejó de ver la gloria de Dios que seguía ahí.

Pero creó un velo por causa del pecado que no lo dejaba apreciar tal maravilla, hasta que tuvo que humillarse y decir:

«Ten piedad de mí, oh Dios, conforme a la multitud de tus piedades»

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Es que Dios siempre está ahí, y lo llena todo.

Podríamos llevarnos una vida entera mencionando en todo lugar donde su presencia habita.

Aun así, hay momentos que no podemos verla, y no porque el Señor no quiera, es porque nosotros mismos no lo hemos podido ver.

Un velo es aquello que no impide, que nos cubre la visión de un lado a otro, que nos hace ver oscuro.

Que como antes en aquel tabernáculo nos ocultaba de la presencia del Señor y solo una vez al año podía el sacerdote entrar al tabernáculo y romper el velo para ser lleno de la gloria de Dios.

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Pero hoy su gloria está presente, y no solo un día al año, su gloria está por siempre porque un día aquel velo se abrió en dos de arriba a abajo.

Para nunca más encerrar la gloria de Dios y para que estuviese a disposición siempre.

Y como lo dice en Corintios, cuando seamos convertidos al Señor, el velo se quitará, porque el Señor es el espíritu y donde está el espíritu del Señor allí hay libertad.

La única manera de romper ese velo que sigue vigente para aquellos que no se han convertido aún al Señor, es arrepintiéndose y convirtiéndose.

Para todo aquel que ya ha creído y ha sido convertido ese velo se ha roto en dos, de arriba a abajo, para abrir ese campo a la gloria de Dios.

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Por tanto, nosotros, todos, mirando a cara descubierta como un espejo la gloria del Señor.

Somos transformados de gloria en gloria, en la misma imagen como por el espíritu del Señor.

Esa transformación que ha hecho Dios en nosotros, es fruto de su gloria, ese cambio en una persona a la cual nadie le garantizaba nada y que ya creían sumamente perdida.

Pero que ahora todos ven de una manera distinta y especial, es parte de la gloria de Dios, por el Espíritu Santo.

El velo está en ti, frente a tus ojos, tapando incluso tu corazón, tapando tus oídos y esto lo que no permite que veas la gloria de Dios, así que rompe tu velo y le verás.

Por: Didier Escobar

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