“Balcón y el camino” aplicada a los principios cristianos
Aristóteles, en una de sus tesis filosóficas, presenta el comentario de “El balcón en el camino”. Hoy desarrollaremos el tema “Balcón y el camino” aplicada a los principios cristianos.
Como un modelo representativo del hombre de bien que se deslinda de la sociedad misérrima rechazada por el desdén de la ignominia.
¿Conoces la tesis de Aristóteles del «Balcón y el camino» aplicada a los principios cristianos?
Para él, el balcón supuestamente “es una terraza de segundo piso” de una casa, el cual simboliza al ser humano que se esmera para acomodarse en su saber.
Para llegar a ser un sapiente o el erudito más destacado por su status como hombre de bien.
La academia del saber ha considerado que el intelectual, entre más ciencia tenga, se alza por encima de los demás porque supuestamente, está más cerca de Dios por la altura que ha alcanzado.
Cuando se habla del camino, lo observaba Aristóteles, como el lugar donde la gente transita en su diario vivir, es decir, las calles, los lugares marginados, allí se encuentran:
Los cojos, los mancos, los pobres, los hambrientos, los desnudos, los andrajosos, los borrachos, los locos, las rameras, los desamparados, los huérfanos, las viudas, etc.
Estos por ende, están bajo del ambiente: cultural, económico, moral, espiritual, lejos de la educación y no tienen a Dios y están sin esperanza de ser regenerados según esta filosofía.
Si lo observamos en varios personajes bíblicos, lo veremos reflejado en el Dr. Nicodemo, en el filósofo Saulo de Tarso.
En el rico opulento de Zaqueo, del acomodado fariseo Simón y a todos los que se les midió con la misma compostura.
Al Dr. Nicodemo, se suponía que estaba muy cerca de Dios por su maestría obtenida; pero el Señor le explicó: que para subir hay que bajar “Nadie subió al cielo sino el que descendió”.
El Señor Jesucristo le quería decir a este sofista filósofo, que para escalar al cielo tenía que descender primero.
Estamos desarrollando el tema “Balcón y el camino” aplicada a los principios cristianos pero también te puede interesar: La sociología cristiana y sus fundamentos.
Al intelectual “Saulo de Tarso”, tuvo la gran experiencia cuando fue descendido de su cabalgadura a la tierra dejando su posesión de guerrero, para así, hacerse a la promesa del salmo 113:7.
«El levanta del polvo al pobre, y alza del muladar al menesteroso para hacerlo sentar con los príncipes y los príncipes de su pueblo».
Al rico espléndido “Zaqueo”, el Señor Jesús le ordenaba que se desglosara y procediera descender del árbol Sicómoro.
Donde estaba subido esperanzado y acomodado, él tenía que desacomodarse, si ambicionaba la estadía del Mesías a su casa.
Al doctor de la ley, “Simón el fariseo”, se le dijo: Te estás dando cuenta que esta mujer que tú conoces como ramera.
Desde que entré a tu casa no ha cesado de lavarme los pies con sus lágrimas; y tú te has desentendido en lavármelos con agua.
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En otras palabras, tu status de eminencia, de fariseo, te lo ha impedido.
Todos estos personajes, según Aristóteles, se acomodaron en sus principios sin tener en cuenta la parte inferior que se constituye como el meollo de la vida cristológica.
La teología sistemática en su rama cristológica nos dice: “Nadie subió al cielo sino el que descendió” con esta expresión nos está enseñando, que el Señor se complace en andar con los del camino.
Es decir, con los necesitados, los cojos, los mancos, los pobres, los hambrientos, los desnudos, los andrajosos, los borrachos, los locos, las rameras, los desamparados, las viudas, etc.
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Y para ello tuvo primero que haber descendido, de donde estaba primero, para hacerse a éstos y luego, subir con ellos y hacerlos partícipes de la promesa del Salmo 113:5-8.
San Pedro nos comenta, que Jesucristo nos dio ejemplo para que le sigamos sus pisadas y andemos en ellas.
Esto demuestra, que cada seguidor de Jesús tiene que abandonar el balcón y lanzarse a las multitudes, porque allá fue donde el Señor les ordenó que fueran.
Cuando les dijo: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura». San Marcos 16:15.
Cada teólogo, dogmático o prelado, que se sube en el Balcón, observado por el ideólogo “Aristóteles”.
Se puede balconear para vivir en las comodidades generosas y puede pensar que está haciendo muy bien por disfrutar de las grandes bendiciones de Dios.
Sin embargo, no se puede dar cuenta que sus comodidades y conocimientos cognitivos le hacen nublar su visualidad para los que van transitando por el camino.
Y se comporta tal cual, como el levita y el sacerdote frente al herido del camino de Jericó, todos pasaron de largo.
Ya que este cuadro no es otra cosa, sino una analogía en nuestra época contemporánea.
A esa clase de teólogo se le recuerda la parábola del Señor cuando envió por los caminos a recoger todo el personal transeúnte para traerlo a su casa porque ya la fiesta estaba muy próxima a empezar.
Dejar el Balcón es ser identificado con las multitudes y con los necesitados, es hacerse a sus propias necesidades, con sus dolores y aún en su muerte.
El Señor Jesús emprendió este camino cuando visitó la aldea de Marta y María en la muerte de Lázaro.
Se identificó con ellas en sus dolores, lloró con ellas frente al sepulcro, hasta hacerse a sus propios sentimientos emocionales y luego, las consuela resucitándole a su hermano.
Muchas personas en este acto humanístico, se dieron cuenta del comportamiento del Señor Jesús y varios dijeron con exactitud: Jesús es el “Mesías”.
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Este comentario se lo hicieron saber detalladamente a la cúpula sacerdotal, cuando éstos lo analizaron.
Se enojaron en gran manera, sabiendo que había gran cantidad de testigos de la muerte, sepultura y resurrección de Lázaro.
Un ministro del evangelio es aquél que vive y se inmiscuye en medio del hábitat que le rodea, sin colocar audiencias o días especiales, ni horas exactas de consultas para atender a sus concurrentes.
El Señor Jesús lo vemos siendo un hombre amable, misericordioso, dispuesto a hacer algo por el necesitado, y a su tiempo, no importándole su dependencia ni su status.
San Pedro explica que también Cristo sufrió por nosotros, dejándonos ejemplo para que usted y yo sigamos sus pisadas.
Esta fórmula es la predicha por San Pablo conferenciando a los Filipenses con perfil de mesura:
«Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó al ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, su humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz». Filipenses 2:5-11.
Cuando se hace tal cosa, se espera el resultado que siempre es positivo, “la exaltación”.
Lea Filipenses 2:9-11. Y en Filipenses 2:4. «No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de los otros».
El Señor Jesús nos da muchos paradigmas en su ministerio.
Los evangelios nos cuentan la enemistad que había entre judíos y samaritanos.
Sin embargo, el Señor se extiende un largo camino polvoriento para poder llegar al pozo, donde pudo romper el hielo, la pared de separación que había entre estas dos culturas, cuando habló con su rival en el estanque de Jacob.
Otro caso: El Señor Jesús tuvo que enfrentársele a un mar furioso y brisas contrarias para llegar a “Gadara” donde pudo alcanzar a un loco y liberarlo del demonio y darle la tranquilidad a una ciudad; aunque luego, lo echaron de sus contornos.
Observemos la parábola del herido en el camino de Jericó.
El llamado samaritano, encontrado en este pasaje, no es otro, sino un anti tipo del Señor Jesús, que había descendido del balcón de su gloria, a buscar y a salvar lo que se había perdido.
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Si nosotros, los llamados a servir hoy día, nos asiéramos a todos estos ejemplos dado por el gran perito:
Jesucristo, nunca nos subiríamos al Balcón del pensamiento de Aristóteles, más bien imitaríamos al divino maestro.
Y salvaríamos a muchas gentes transeúntes que andan en el camino de la desesperación de la vida diaria y de la consternación.
Si esto lo concibiéramos a menudo, tendríamos la promesa del señor:
«yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidieres al padre en mi Nombre, él os lo dé». San Juan 15:16.
Siempre que Jesús emprendía un camino, algo nuevo sucedía.
Prestemos atención: El viaje que el divino maestro tuvo en el camino hacia Jerusalén; Bartimeo el ciego que estaba junto “al camino” al pasar Jesucristo.
Se lanzó al camino e iba gritando detrás de él, el cual, le suplió su necesidad de darle la vista.
Cuando Jesús iba en el camino hacia Naín, al entrar en la ciudad, venía una señora viuda, pobre y adolorida por su hijo que se había muerto.
Cuando él la vió, se conmovió de ella, trató de consolarla expresándole, no llores, se le acercó al féretro y ordenó que el muerto se levantara.
Otro día, el Señor Jesús iba por un camino con hambre y vio de lejos a una higuera, la cual, tenía mucho fogaje y por no tener fruto la maldijo.
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Esto ocasionó admiración para sus discípulos.
En cierta ocasión, Jesús iba a pie hacia Jerusalén; le prestaron un asno, y al entrar en la ciudad se encontró con una gran multitud y en medio de las aclamaciones, le echaron hojas de palmeras, flores, aún vestidos y gritaban:
«¡Hosanna’ ¡Bendito El que viene en el nombre del Señor, el Rey «de Israel!» y les sanó a los enfermos». San Juan 12:13.
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El Señor al emprender este humilde acto, la multitud de peregrinos le gritaban alabanzas a Dios por la llegada de este sumiso visitante, quien a su vez, le traería la felicidad perdida.
La gente lo amó, le llamó rey y las autoridades temblaron con temor y miedo.
Si nosotros aspiramos tal bendición debemos bajar del balcón y venir al camino, y allí, encontraremos a la gente necesitada y después que las socorramos encontraremos gloria en ellos.
¿Tú quieres que Dios te use? desciende del balcón de las comodidades, de los títulos, de tus honores y articúlate al pueblo desesperado.
Sabiendo que usted en Cristo tiene la solución para este mundo que está al punto de la extinción.
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Acordémonos cuando el Señor envió a los setenta, ellos regresaron con gozo, y comentaban que los demonios se sujetaban en el nombre de Jesús.
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El balcón y el camino en los días de los apóstoles
En el tiempo de la era apostólica quiso aparecer este pensamiento de Aristóteles el “balcón y el camino”.
Cuando los discípulos se articularon al balcón de la comodidad y de la abundancia de creyentes, que a su vez, vendían sus propiedades y las colocaban a sus pies, en Jerusalén, después del día de pentecostés.
Al apóstol Pedro se le olvidó que el Señor Jesús, le había dado las llaves del reino de los cielos, las cuales tenían que ser usadas a tres culturas habitadas en su época: Los judíos, los samaritanos y los gentiles.
Pareciera que este balcón llamado “Jerusalén” había entrado en un ambiente de conformismo.
Que los apóstoles habían dejado la oración y la predicación para atender cuestiones secundarias aunque más tarde la responsabilizaron a ayudantes.
Recordemos que estamos hablando sobre el tema “Balcón y el camino” aplicada a los principios cristianos.
El Señor Jesús, observando el balcón y a sus asistentes les envió una persecución y con la muerte de San Esteban, tuvieron que descender:
Uno para el desierto en busca del “Etíope”, otro para Samaria en busca de los “samaritanos”, hasta el mismo San Pedro, descendió para Jope en busca de un gentil llamado “Cornelio”.
Al considerar esta historia, me hace reflexionar el mandato del Señor cuando dijo: «Id por los caminos y traer a los mancos, cojos, ciegos hasta llenar su casa».
También la parábola de las cien ovejas nos ilustra que el Señor descendió de su gloria «balcón» en busca de una oveja extraviada en un desierto que simboliza la raza humana.
Hay veces que la pobreza se convierte en un “balcón” y por ser tan pobres nos afianzamos de la capa de la miseria, no queremos hacer nada por nosotros, ni por los demás.
Como lo hizo Bartimeo, que mendigaba junto al camino; hasta que no descendió al camino y botó la capa para andar con Jesús, su problema no se le solucionó.
La manifestación de Dios en carne no es otra cosa que Dios quería dejar el balcón de la eternidad.
Para andar con los necesitados y eso fue la interpretación del apóstol San Pablo escribiéndoles a los Corintios:
«Dios estaba en Cristo reconciliando consigo mismo al mundo».
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“Balcón y el camino” aplicada a los principios cristianos.
Por lo cual, sería necesario descender del balcón y hacernos al camino para andar con nuestros contemporáneos.
Como lo dijera Durkheim, quien fuera uno de los grandes pioneros del desarrollo que implantó los valores comunes transmitidos por los asesores de las comunidades.
Spencer, aplicó la teoría Darwiana del avance a las sociedades humanas.
Luego creía en un progreso gradual de la sociedad, desde la más primitiva hasta la sociedad industrial.
En sus escritos, señalaba que este desarrollo evolutivo se trasmitiera, sólo por un proceso natural, a través de los seres humanos.
Por su parte, Max Weber 1864-1920, consideraba que los métodos personificados utilizados en las ciencias sociales no se podían utilizar en las ciencias naturales.
El profeta Ezequiel aflora en su dicho: «Cada hueso con su hueso».
El Señor Jesús, dejó el mundo ideal de su tiempo «Israel» y se fue al pozo de Jacob al encuentro con su rival “la samaritana”.
¿Y en la historia a cuántos miles habrá salvado este encuentro?
Copyright y engrosado por el pastor
York Anthony Shalom
Licenciado en Sagrada Teología
Magister en Divinidades Teológicas
Jorgesalomserpa@hotmail.com
Por: York Antony Shalom